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miércoles, 22 de mayo de 2013

Gusano

      Conozco un joven y perezoso gusano ermitaño e internauta que duerme durante el día y se lamenta durante la noche. Se lamenta porque se aburre, porque no tiene qué hacer. No tiene adónde ir. Se ofusca.  No tiene con quién estar. Se deprime. No sabe cómo, ni cuándo, ni por qué. Se odia. No tiene vida. Odia todo. Busca compañías ficticias virtuales en redes sociales. Amistades pasajeras que se preocupen por él. Chicas bonitas que le pregunten cómo está y le cuenten cosas. Chicas bonitas a quienes pueda mentirles. Chicas bonitas a quienes pueda conquistar. Busca su manzana de oro.
      Rompe sus límites de ermitaño alguna vez. Sale de su casa atravesando la neblina y se pierde entre las calles de su barrio. No hay nadie. No hay dónde ir. Sólo hay gente sin vida, como él, perdida por ahí. Parásitos callejeros delincuentes y drogadictos con menos vida que la propia no-vida de él. Los saluda con un silbido. Los odia. Sigue su camino, patea algunas piedras y mira el cielo nublado. Lo odia. Odia todo. Aire helado entra por su nariz. Siente sus pies congelados. Tiembla de frío y frota sus manos. Vuelve a su casa y se sienta otra vez frente al ordenador. No hay nadie. No hay con quién hablar. Se siente solo. Tiene algunas excusas para sentirse mal, pero a veces prefiere no hacerlo. Imagina que alguien lo observa. Simula ser fuerte. Tiene orgullo. Deja deslizar su cuerpo lentamente desde la silla hasta el suelo, como un verdadero gusano. Se posa en el piso frío y mira hacia el techo. Un cigarrillo en su mano quedaría perfecto para la escena. Un cigarrillo o un vaso de vino. O un buen porro. Pero no tiene vicios. Su orgullo de gusano no se lo permite. Dejaría entonces de ser gusano y volvería a ser un parásito. Tiene orgullo. Y lo odia.
      Se arrastra hasta la heladera, la mira. No hay nada. Vuelve adonde estaba. Se sienta. Se levanta una vez más. Camina en círculos. Vuelve a sentarse. Se arrastra de nuevo hacia la heladera. Y otra vez no hay nada. La odia. Odia todo. Se pasa las horas viendo, leyendo, y creyendo estupideces de internet. Soñando cosas que nunca va a realizar, imponiéndose expectativas que va a olvidar al día siguiente. Lamentándose por su triste no-vida de gusano. A veces se masturba, a veces no. A veces llora en silencio, tiembla. A veces se golpea y destroza cosas. A veces toca fondo, a veces no. Se pasa las horas sin hacer nada real hasta que amanece. No va a salir de día. Hay gusanos con vida entonces, y los odia. Vuelve a su asquerosa cama. Y también la odia.
      Conozco su pasado y todos sus secretos. Todos sus libretos y todos sus trucos. Conozco sus puntos débiles. Su parte más oscura. Sus rincones más sucios. Lo conozco a la perfección. Conozco un joven y perezoso gusano ermitaño e internauta, y puedo encontrarlo cada noche al mirarme al espejo. Dicen que hasta los gusanos más asquerosos se convierten en mariposas. El único problema es que, lastimosamente, también odio las mariposas... Las odio. Odio todo.

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