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martes, 13 de octubre de 2020

Martes 13

    Me río. ¿Estaré loco? ¿Son los nervios por pifiarle a las teclas y tener que borrar a cada rato para poder corregir? Será que no sabía cómo mierda empezar el texto... Ah, sí, cierto. Había dicho que había muerto mi escritor interior. Lo asesiné. Se cortó la garganta con un verso y dejó un charco de tinta virtual en la escena del crimen. Fue un suicidio inducido. Qué envidia. Ni así de borracho me animo a concretar esos deseos. Maldito victimismo. Hoy había pensado una frase que decía algo así como que "hasta mi psicólogo a veces parecía sentir lástima por mí" pero que "qué digo mi psicólogo si hasta yo mismo siento lástima por mí", pero no me acuerdo de cómo debía ser el contexto. Tal vez mi yo escritor se murió de verdad. Y yo que quería empezar a escribir mi primera novela. Me río. "Con vos me siento especial, Lourdes" dijo una voz hace poco. "Con vos no me dan tantas ganas de morirme". Ojalá hubieran salido de mi boca tales palabras y no se hubieran quedado sólo en mi cabeza. Qué cosa del mal la gente que te hace sentir la cosa más especial del mundo y que después te hace sentir que le es tan útil y placentero estar con vos que con cualquier otro. "Con vos el mundo es menos feo, Lourdes". ¿Cómo explicar exactamente en palabras eso que sentí sin tener que explicar la mierda que vivís a diario? Con vos me siento especial, y siento que tengo un lugar en el mundo, y, lo que es mejor, con vos mis pensamientos suicidas se extinguen como polutas de humo, y el cielo se hace rosado, y la alegría me brota por los poros como pompas de jabón. No. Demasiado cursi. Con vos no me dan tantas ganas de morirme y me cuesta menos levantarme de la cama, y siento que soy invencible y que valgo más que el universo entero. No. No valgo una mierda. Me río. Ojalá que Aldana no me lea nunca, por favor. Qué vergüenza. Que ella me sepa bien y feliz, progresando, superándome, y todas esas mierdas. Que no vea nunca este niño enfermo de un metro ochenta y seis que a veces se sale de su cuerpo y se mira desde arriba queriéndose abrazar. Me quiero abrazar. Y es que, pobre tipo. Cuando lo veo queriendo salvar al mundo que lo partió en mil pedazos, lo quiero abrazar. Qué mala suerte no poder abrazarlo desde arriba. Qué mala suerte no poder ayudarlo a progresar. Qué mala suerte que este mundo no sea salvable. Qué mala suerte si me lee Aldi. Qué mala suerte si este martes trece no me abrazo, ni me suicido, ni salvo al mundo, ni le digo a Lourdes que con ella me sentí bien hasta que me enseñó que incluso lo que te hace bien un día te puede hacer mal. Nací con el pie izquierdo, pasé por abajo de una escalera al cielo (o al infierno), se me cruzó un monstruo negro de siete vidas y tuve que abrir un paraguas adentro de mi casa porque juro que, aunque afuera era primavera, en mi casa nunca paró de llover. 

Qué mala suerte creer en la suerte... Pero no hay suerte peor que creer en el amor. 

viernes, 27 de marzo de 2020

El sillón verde oliva de almohadones turqueza

Escribo algo en el aire, en la nada, con una voz en off en mi cabeza, y cuando intento plasmar esa idea en las teclas, olvido la mitad de las cosas, y ni siquiera recuerdo cómo comenzaba. Será que lo mío es lo espontáneo, tal vez. O que mi memoria ya no funciona bien.  De todas formas, da igual. Esto no va a ser nada épico. Tengo treinta años, pero siento como si hubiera vivido cien. ¿Será esto lo que sienten los ancianos? Sentir que uno ya vivió la vida, que ya está, que da igual si se sigue viviendo o no. Me duelen los músculos y los huesos, y siento que cada día cuesta más levantarme de la cama. No puedo llorar, y eso que ya no tomo los antidepresivos. Siento que nada de todo esto tiene sentido, que la conciencia humana es sólo una casualidad de la evolución. ¿Habrán sentido los grandes pensadores de la historia este vacío interior? ¿Habrán contemplado alguna vez esta certeza que hoy tengo de que la humanidad carece de razón de ser? ¿Es el amor una ilusión, un constructo social, una creencia, un mito, la mayor mentira de la historia? Me siento en un precipicio. Veo al mundo ahí abajo, y es un rompecabezas que ya armé. ¿Será que estoy listo para trascender? ¿Qué es el suicidio si no una eutanasia autogestionada? Mamá, toda mi vida creí que iba a morir a los 27, y ahora la muerte está ahí afuera, pero ya cumplí los 28. Mamá. tengo 28... pero creo que me morí a los 27. ¿Quién soy? ¿Soy mi cuerpo o mi alma? ¿Existen las almas? ¿Yo tengo una? ¿Soy mi sangre, mi familia, mi clan? ¿Es mi familia sólo un apego terrenal? ¿Se extinguirá mi conciencia, que es lo único que soy, cuando mi cerebro -su motor- deje de funcionar? ¿Quedará de mí sólo lo que escribo, como una foto de mi conciencia, y nada más? No sé si me da vergüenza u orgullo que uno de mis últimos textos sea un manifiesto contra el amor y la fe...
Ella me dijo que no la necesito, que sólo me necesito a mí, que nadie necesita a nadie, y no sé qué otras cosas más... pero una vez me dijo que si su amor la deja, se muere. Entonces me dejó a mí. Y yo soy eso. Esa es mi vida. Y si yo muero, nadie deja a nadie. Y si yo me dejo, nadie más muere.
Mamá, tengo la cabeza llena de bichos. Llevame de nuevo al sillón verde oliva de almohadones turqueza, acostame ahí y pasame el peine fino. Haceme arroz con leche, y acariciame la cabeza hasta que me duerma para siempre. Quiero estar ahí, mamá, sin pensar en el futuro, sin imaginar que voy a morir joven, y que el único amor real que voy a conocer, va a ser el tuyo. Mamá, no quiero vivir pero, mamá... no quiero morir.