Translate

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Diario de un celópata

Son las 9:00 a.m. y la alarma me despierta. Como siempre, lo primero que hago es saludarte con un "buen día", pero no sin antes chequear la hora de tu última conexión. Todo en orden, nada de qué preocuparse. Te saludo y me levanto para empezar a prepararme. Voy al baño, me lavo la cara y las manos, cepillo mis dientes, me despido de mis desechos, saco los perros al patio, me cambio, me perfumo, olvido desayunar, y te mando un mensaje para encontrarnos. Salgo de casa y voy a tu encuentro. Te extraño. El camino es corto, pero a veces se hace largo. Nos encontramos en el cruce de calles que nos vio nacer, ahí donde nos juntábamos las primeras citas, y como la gran mayoría de las veces, yo llego primero. Estás tan hermosa como siempre, todo en vos brilla y opacás incluso hasta al sol. Nos besamos y nos recordamos que nos amamos, aunque los dos sepamos que no hace falta decirlo. Caminamos juntos todas las calles hasta la estación, vamos hablando, algo te pasa en algún momento determinado y no sé qué es, tu cara cambia y ya no te reís, ni siquiera me respondés, ni siquiera me escuchás. Quizás fue ese mensaje que te llegó, cuyo sonido emulé silbando la melodía del tono, o quizás sólo es cosa mía. No lo sé. Estás de malhumor, me decís que es por el calor, que hasta que no subamos al colectivo no vas a sentirte mejor. Sacás boletos para los dos mientras yo hago la fila para ahorrar tiempo. Te veo venir, pienso en lo hermosa que sos, veo cómo te miran los demás. Esperamos a subir al colectivo, y optamos por viajar parados en lugar de esperar al siguiente para evitar llegar tarde. Subimos al colectivo y todo va bien, nos amamos, te reís, te sentás en el suelo, todo está bien. Me mirás con carita de nena, me sonreís, me hacés ojitos, te amo con toda mi alma. Mirás a otro pibe que está viajando al revés, de espalda al recorrido, lo mirás y él te mira, se miran un par de veces, se encuentran, se esquivan, y se vuelven a encontrar. El contacto visual surte efecto: el pibe no va a dejar de mirarte en todo el viaje. Soy un ente. Me doy cuenta de que hay una conexión porque ambos se contagian el bostezo. Me volvés a mirar con carita de nena, pero te das cuenta de que mi cara no es la misma. Un huracán pasa por mi cabeza, y no sé cómo actuar. Quiero que sepa que sos mía, quisiera que nos vayamos atrás de todo y que te sentaras conmigo, pero hay un tipo entorpeciendo mis planes, obstaculizando el paso, ocupando un lugar que no sabe aprovechar del todo. El pibe de remera verde te mira, y vos lo mirás, mirás al exterior a través de las puertas del medio del colectivo, pero ya sabés que me di cuenta de que mirabas a otro. Siempre amé tus ojos, incluso sabiendo que eran infieles. Tenés una ventana enorme justo enfrente tuyo, pero aún así tu cabeza está ligeramente dirigida hacia tu izquierda, mirás a través de las ventanas de las puertas, pero también mirás al pibe. Te das cuenta por fin de que tenés ventanas enormes en frente tuyo. Te aburrís, tenés sueño, dormitás, te dormís. Jamás dejé de observarte ni siquiera un segundo. Tengo miedo de que te duermas y te caigas. Te despertás y me mirás. Me agacho y te sonrío, te digo dulcemente que te estás durmiendo, que te vas a caer, te acaricio, te mimo, te beso, te digo que te amo. Por unos minutos, todo vuelve a estar bien. La victoria es mía, el pibe sabe que vos tenés dueño. Pero no me siento del todo seguro, aún. Quiero captar tu atención, quiero toda tu atención en mí, quiero que dejes de mirar para ese lado. Se me ocurre mostrarte un adaptador que tengo en la mochila para conectar dos pares de auriculares en un mismo celular. Te lo comento y te lo muestro, intento conectarlo en mi celular pero por algún motivo la música de mi celular desapareció. Cosa del destino, quizás. Te lo doy para que lo pruebes en el tuyo mientras yo desarmo mi celular para desconectar y volver a conectar la tarjeta de memoria. Me decís que no anda, no funciona, no hay manera. Te digo que quizás hay que configurarlo, te pido que me prestes tu celular para poder intentarlo. Me decís que no. Insisto, desentendido, inocentemente, sin siquiera sospechar nada. Tu cara cambia, esa cara que ya vi varias veces, esa cara que ya conozco bien. No querés prestarme tu celular, y entiendo que escondés algo. Dejo que veas como en mi rostro se muere la sonrisa que tenía y no te digo más nada. Ahora el pibe sabe que no sos mía por completo. Sabe que hay una parte de tu intimidad a la que yo no puedo entrar y a la cual los terceros tienen acceso. Le mostraste el camino correcto. Hiciste todo bien. Hiciste todo mal. Inmediatamente quiero desaparecer, quiero volver a mi casa y dormir. No veo la hora de que el colectivo llegue a destino para poder bajarme y caminar hasta la parada que me deje de vuelta en mi hogar. Los dos estamos enojados, vos porque sos una orgullosa de mierda y yo porque soy un pelotudo. Mirás tu celuar y tenés un mensaje, creo que es de tu mamá, o quizás no, pero me pareció ver que el nombre empezaba con "M", te das cuenta de que te estoy mirando y apartás el mensaje de inmediato, deslizándolo hacia la derecha. Varias veces mirás tu celular, estás esperando que sea la hora para tomar tu pastilla. Yo miro la pantalla todas las veces que vos lo mirás. Ahora no te importa mirar al pibe mientras yo te estoy mirando, cuando estás en ese estado te sale la feminista rebelde de adentro y no te importa nada más que lo que tenés ganas o no de hacer. Viajamos apagados. Apenas llegamos me bajo antes que vos, casi que corro, quiero irme corriendo, quiero dejarte atrás de una vez por todas, me cansé, me cansaste, no quiero verte más. Pero algo me dice que vas a aprovechar ese momento de idiotez mía para poder salirte con la tuya. Me paro en la esquina para ver si agarraste el celular para borrar lo que ocultabas. En definitiva, no sé qué habrás hecho, pero no vivís sin tu celular. Espero a que me veas y me voy. Miro hacia atrás para ver si me seguís, quiero que me sigas, quiero que me pidas perdón, quiero que me confieses todo y que dejes de ser tan idiota. Miro para atrás y no te veo. Me vuelvo, te busco, tengo miedo de que te pase algo, pienso en que quizás pensaste que fui a la facultad y te estás yendo para allá. Vuelvo corriendo, te busco por todas partes. Te encuentro adentro de la estación, comprando algo para tomar y por supuesto, atendiendo tu celular, haciendo andá a saber qué, hablando andá a saber con quién. Una vez que te veo voy caminando hacia vos, pero no, no quiero estar con vos, no así, ya tuviste el tiempo necesario para librarte de toda evidencia y terminar saliendo absuelta del asunto. Nos pasamos por al lado. Casi que nos rozamos. Damos vueltas en la estación, desencontrándonos. Vuelvo a buscarte. Te sigo sin que me veas, quiero ver qué hacés, a dónde vas. Te das cuenta de que estoy atrás tuyo. Te digo que me voy y te pregunto si sabés dónde queda la facultad. Me decís que no vas a ir. Te pregunto qué vas a hacer y me decís que no me importa. Me matás. Me hacés mierda. Te detesto. Podés ser una basura cuando querés. Te das cuenta de que me hiciste mal, y me decís que soy yo el que se está comportando como una criatura. Me voy. Me seguís. Te pido que no me sigas, por favor, que te vayas, que me dejes, que no me toques, andate. Me decís que vas a volver, pero en un colectivo diferente al mío, porque no querés viajar conmigo. Está perfecto. Vamos caminando juntos mientras hablamos de lo que pasó, vos y ese orgullo de mierda, ese puto orgullo, la peor mierda con la que me tocó lidiar en mi vida. Te hago notar que no soy ningún pelotudo y que siempre me doy cuenta de las cosas, tu mecanismo de defensa sigue siendo el mismo desde siempre: la victimización. Me decís que tengo razón, que sí, que vos siempre sos la culpable de todo, que vos siempre ocultás cosas, que vos siempre sos lo peor, que vos siempre esto y que vos siempre lo otro. No quiero escucharte. No te soporto más. Odio la victimización. Odio que no tengas huevos para bancar una relación. Listo, chau, andate, que te vaya bien, besos. Te vas. Dejo que te vayas. No sé si ir a la facultad o no, o qué carajo hacer, me quiero morir, quiero morirme, me siento solo y varado en La Plata. Doy vueltas en la estación y vuelvo a vos. Te busco y me asusto porque no te encuentro, tengo miedo de que te hayas ido. Te encuentro en la última fila, me quedo atrás sin que me veas. Viene alguien a preguntarme algo, estoy en shock, mi cabeza es un caos, no entendí un carajo de lo que me dice, le responde la persona que estaba adelante de mí. Te das vuelta y me ves. Me acerco y te pregunto algo, no recuerdo bien qué, sólo quiero arreglar las cosas, lamento haberte insultado. Tengo miedo de que mi boleto no sirva para ese colectivo, tengo miedo de ir a cargar mi tarjeta y que te vayas. Me arriesgo, voy a cargar mi tarjeta y en el camino me doy cuenta de que el boleto es el mismo, que sirve igual, es sólo mi cabeza que está shockeada y no funciona bien. Vuelvo y veo que la fila ya no está, me asusto, corro, subo y veo que vos ya estás arriba. Te paso por al lado y probablemente ni te hayas percatado, a veces sos muy ingenua respecto de lo que pasa a tu alrededor, aunque a veces no te cuesta nada fingir. Me siento atrás de todo y espero a que arranque el colectivo. No paro de mirarte. El sol te da en el pelo y lo hace brillar. No puedo creer que estés mirando la ventana y no a otro chico o a tu celular. El viaje es largo, la gente sube y baja, por momentos me acerco a vos, por otros me alejo. Es el viaje más largo de mi vida. De a ratos me distraigo mirando al exterior yo también, pero la mayoría del tiempo te miro a vos. La chica que está adelante tuyo me pone nervioso, porque me mira y no puedo mirarte tranquilo, quizás piensa que la miro a ella, sólo la miro cuando me mira, y me intimida, porque yo sólo quiero mirarte a vos. Te suelto de a poquito, dentro de mí, en ese mismo viaje. Siento que es hora de dejarte ir. Ya no me importa si mirás a otros o no, o qué hacés con tu celular. Llegamos a Berazategui y esta vez bajamos juntos, pero vos te me vas casi corriendo, te me escapás, no querés que vayamos a la par, querés estar más adelante o más atrás, me causa gracia porque parecés una nena. No sé qué vas a hacer pero me la veo venir, no sé si vas a tomar otro colectivo o si vas a ir caminando, pero sólo una cosa sé, y es que voy a ir con vos. Te veo frenar justo en la parada, entonces me apuro para cargar mi tarjeta, pero veo que el colectivo justo llega. Corro y te pido que me saques boleto por favor. Me voy para el medio. Vos te vas para atrás. Te sigo. Te sentás atrás de todo, a donde yo quería sentarme con vos en el primer colectivo, cuando el pibe te miraba. El colectivo no arranca, algo pasa. El chofer me mira a mí, toda la gente me mira a mí. Pienso que no quiere que me siente ahí atrás, entonces me levanto. El chofer no arranca, me dice algo. No entiendo nada. La gente me mira mal. El chofer dice que no pagué boleto. No me sacaste boleto. Qué pedazo de mierda que podés ser cuando querés. Jamás me sentí tan humillado, pasé la vergüenza de mi vida. Te pido por favor tu tarjeta y voy a sacar boleto. El chofer me pregunta si vengo con vos, le digo que sí, y me dice que sólo sacaste un boleto. Le digo que te sentís mal y que no te diste cuenta, que me disculpe. Cuando quieras te devuelvo tus veintitantos pesos de mierda que hayas gastado en viaje hoy. Viajamos sentados como yo quería. Pero ya nada está bien, más bien, todo está mal. Me rozás algunas veces sin querer, me corro porque no quiero que me toques, te siento sucia, me das asco. Me doy cuenta de que ese colectivo dobla y no nos deja donde vos creías, te lo advierto, y me paro. No decís ni una palabra. Bajamos y otra vez lo mismo, corrés, huís, ¿de qué huís? No es de mí de lo que te escapás: es de vos. Te escapás de vos porque te sentís descubierta. Pero no podés escaparte de vos. Intento hablar pero no hay caso. No tenés ni la madurez ni los huevos necesarios para afrontar nada. No vas a reconocer nada nunca. No vale la pena. Corrés, arriesgás tu vida dos veces, la primera casi te choca un auto y la segunda una moto. Siento el corazón en mi garganta. Te descompensás, te sentás porque te sentís cansada, me preocupo, me muero si algo te pasa. Me aseguro de que llegues a tu casa sana y salva y me despido de vos. No sé cuántas veces nos habremos despedido ya, pero siento que esta es la definitiva. Te pasás la tarde en línea mientras yo duermo siesta, voy al centro a hacer dos trámites, tomo mates con mi mamá, y me acuesto a escribir esto. Me maldigo por haber nacido macho, porque si fuera mujer, quizás podría celarte tranquilo. Caigo en la cuenta de que quizás tenés razón. Quizás no tenés nada de especial en realidad. Quizás es mi amor el que te hace especial. Quizás sos una piba común y corriente, una más del montón, digna de cualquier moda estúpida y de esta era tecnológica de mierda y de cualquier red social. Pero no digna de un amor como el mío. Quizás después de todo sólo te idealicé y con el tiempo me fui apegando y aferrando a vos. Quizás ya vaya siendo hora de dejarte ir.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario