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miércoles, 19 de junio de 2013

Polvo en el viento

      La gente más fea y miserable viaja en el último vagón del tren, como queriendo esconderse. En el último vagón se pueden encontrar personas con la vestimenta sucia y zaparrastrosa, que jamás serían modelos de spots publicitarios. Gente de clase baja y con problemas de salud. Cicatrices faciales, acné, deformidades, discapacidades y otras cosas. Personas descuidadas con pasados oscuros y sonrisas opacas. Personas que rozan la invisibilidad.
      Los pobres perros callejeros más flacos y pulgosos comen de los restos y las sobras de los demás, y duermen donde sus patas cansadas de tanto caminar en busca de agua, comida y amor, les piden una tregua y los abandonan por un rato. Buscan comida en los cestos de basura y en las puertas de las casas de comidas, y despliegan su lengua sobre cualquier migaja que sea digerible. Duermen en las estaciones y sus alrededores, rodeados de gente, pero casi nadie los ve.
      Las palomas viajan en bandada y cagan sobre los bancos de las plazas y estaciones, como queriendo llamar la atención de las personas, como vengándose quién sabe de qué. Se alimentan de las migas de pan que los jubilados les tiran como pidiéndole perdón a la vida, como expiándose de sus culpas. Las palomas son animales asombrosos que vuelan en bandada y hacen un estruendo esplendoroso al despegar, pero casi nadie las oye. Son los únicos seres que pueden cagar sobre la cabeza de una persona, pero eso a nadie le importa.
      Los músicos callejeros no son músicos profesionales, ni profesores de música. No vas a verlos en televisión llenando estadios, ni vas a encontrarlos en conservatorios o academias. Pero ellos viven de lo que aman, de lo que los hace felices. Ellos hacen música en los trenes y en las avenidas, en los colectivos y en las estaciones. Y lo hacen tan sólo por unas monedas. Ellos tienen una vida además de sus vidas de músicos callejeros. Pero eso a casi nadie le interesa.
      Los vendedores ambulantes con sus películas piratas y sus bocados caseros, y los chicos de la calle con sus carros y su chatarra, los viejos mendigos con su saco y su barba, y los inválidos, con sus muletas y sillas de ruedas. Los inmigrantes, con sus restricciones y sus marginaciones. Los marginados. Los drogadictos y los suicidas, los tristes, los pobres. Los pibes con sus bolsitas de pegamento, las putas con sus carteras y su rouge, las ratas de los alcantarillados, los sapos de otro pozo, la gente fea, las palomas terroristas, los perros callejeros. Todos ellos están flotando en el viento. Polvo en el viento es todo lo que son. Siento que soy parte de ellos, siento que ellos son parte de mí. Siento que siento mejor en el último vagón, entre los invisibles.

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