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viernes, 20 de abril de 2018

(In)diferencia


          Por fin llegó el fin de la angustia repetitiva. Se acabó el llorar una y otra vez por quien no vale la pena, el sufrir rutinariamente por quien no lo merece. Llegó la hora de caminar distinto. Basta de autodestrucción a causa del abandono de personas tan banales y comunes que te desechan como residuo descartable, como si no fueras nada, como si dos años fueran mucho tiempo dentro de lo fugaz que es la existencia. Esa ceguera, esa falta de empatía y comprensión, esa frialdad y ese individualismo, esa escasez de resiliencia y de compromiso, de voluntad y de compañerismo, de fortaleza y de responsabilidad, ese hermetismo, no ayudan al deseo de tener relaciones amorosas profundas, duraderas, sanas, y distintas. Pero no es su culpa ser diferente a mí. Es como el mundo le enseñó a ser. No se puede amar de manera distinta a quien no sabe amar indistintamente, ni amarse a sí misma como si fuese única. No se puede esperar amor real de quien sólo sabe decir y repetir tips internautas sobre cómo amar correctamente pero que no tiene idea sobre cómo amar realmente. Somos distintos, amamos distinto, buscamos cosas diferentes, tenemos diferentes fidelidades, y vamos hacia lugares distintos. Pero, repito, no es su culpa. Las personas que ven a sus padres cambiar de parejas muchas veces, suelen ser así. Cambiantes. Del otro lado, para ellos, estamos nosotros, los intercambiables. No la juzgo. Es como tiene que ser, como siempre debió haber sido: es de la única manera en que ella habría podido ser. Es las circunstancias que nunca eligió ser. Es tan de su generación, y yo soy tan de la mía... Aunque es una centennial con rasgos de baby boomer, mientras que yo soy un millenial con escuela de generación X. En fin, hasta el tiempo nos puso diferencias. E hizo de ella lo que la vida quiso que sea, lo que el mundo la dejó ser. Igual que yo. Por ende, comprendo por fin que todo es como debió haber sido, y que no hay razón para estar triste. Y me esperanza creer en el karma, y confiar en que todo el amor que le di, algún día me va a volver, no de ella, por supuesto, si no de alguien mejor. Por fin comprendo que no hay nada malo en mí, que nunca estuve equivocado, que nada de todo esto es mi culpa, y que no tengo más tiempo que perder. En fin, llegó la hora de hacer las cosas de manera diferente y soltarla de una vez, como nunca lo hice, dejarla sola por fin, dejarla ir como la simple persona que es. Y que le vaya como tenga que irle, no le deseo ni mal, ni bien. La realidad es que por fin puedo soltarla y me es indiferente lo que pueda pasarle o no. No le deseo nada, ni le guardo ningún rencor. Sólo puedo ofrecerle la indiferencia que ella misma se ganó la insignificante milésima de segundo en que me perdió. 

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