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martes, 10 de noviembre de 2015

Historia de un mendigo

"Dame una historia de amor, señor", rezaba y se columpiaba sobre su tristeza. Su mirada se perdía en la nada y se estrellaba contra algún horizonte imposible que dejaba sus pupilas inmóviles, desiertas, vacías. "Dame una historia de amor, señor, te lo ruego", querían decir sus labios, que callaban más de lo que decían. Y suspiraba sin suspirar, como si fuera la última vez, como dejándose morir aplastado por una soledad inmensa que dolía como mil puñales de fuego helándole los huesos. "Dame un amor, señor", suplicaba, y una sensación eléctrica le recorría desde el centro del alma hasta los poros de la piel, y viceversa, como una catarata de hormigas buscando escapar de un hormiguero en llamas. "Por favor, señor, te lo suplico". Y lloraba sin estar llorando, con la fuerza quebrantada y su masculinidad hecha pedazos, como un árbol deshojado en el más vil de los inviernos. "Por favor", decía. "Por favor", repetía. Y Dios hacía oídos sordos, como el Dios mejor de todos los dioses, como el Dios peor del abismo. Y él pedía y rezaba, y su mirada se estrellaba en la nada, contra el más cruel de los abismos, y su voz se topaba con las paredes, y el eco retumbaba en su cuarto, y sólo se escuchaba, tan estruendoso como aturdidor, nada más y nada menos, que el silencio mismo de Dios.

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