Se llenó de odio. No aguantó. Murió en vida. Se cortó las venas del alma con una navaja de perdición, y se desangró de agonía. No pudo más, pobrecito su niño interior, pobre del brillo de sus ojos, pobre de él y de los que lo amaban como era. Se quedaron sin una energía que alguna vez vibró al son de los que quieren cambiar el mundo, pero que ya no vibra más. El mundo perdió algo importante el día en que dejó de creer en él. Era un huracán, todo viento, caos puro, y era amor, era luz. Quiso amar, vino a hacerlo, él quería amar hasta el fin, amar o morir, a todo o nada, ahora o nunca, para siempre o para nadie. Y lo dio todo de sí, por amor. Si existe un Dios, lo sabe. Lo dio todo y aún más. Si el universo tiene una conciencia, lo vio. Amó irreversiblemente, más allá de los límites. Si existe un narrador omnisciente en la historia de su vida, lo dirá. Él amó como aman los valientes, con empeño, con coraje, y cada átomo de su cuerpo vibró en amor puro. Y él la amó, la quiso mucho, la quiso más de lo que quieren a quienes más quieren los que más quieren en el amor. Si existiera una medalla de oro por amar así, él la tendría. Y lo dio todo, se esforzó cuanto pudo, lo hizo lo mejor que pudo, a su manera, como le salía, y confió. Confió en la vida, en el alma, en sí mismo, confió en el bien, en el destino, en el karma. Confió en el universo, en los dioses del amor bueno, en las leyes universales que rezan que el amor lo puede todo. Se confió. Confió en que al fin estaba amando a quien tanto había esperado, y que sería amado por siempre, pese lo que pese y pase lo que pase, hasta el final de los tiempos e incluso más allá. Confió de más. Confió en que algún día lograría vencer sus miedos, y que su amada lo comprendería siempre y lo esperaría hasta ese momento. Pero confiar no sirve de nada, y la vida le dio a su alma un golpe de realidad. Lo abandonaron como si nada cuando más lo necesitaba, un tiempo después de perder a un ser querido, sin comprender sus cambios emocionales, sin comprenderlo para nada. Lo desecharon. Lo redujeron a nada. Lo hicieron mil pedazos. Y dolió, mierda que dolió. Si existe un Diablo, ese hijo de puta lo sabe. Él dolió más de lo que duelen los que más duelen del dolor. Murió en vida, se volvió loco, se hundió en el vacío, y se llenó de oscuridad. Lo dejaron a la intemperie en el medio de la peor tormenta de su vida. Se quedó solo, y lo sintió. ¿Cómo podía ser tan mala la vida? ¿Por qué tanta crueldad en su destino? ¿Para qué vino ella si luego lo iba a dejar? No hubiera venido nunca, se hubiera quedado en su mundo de mentiras y se hubiera guardado esas miradas que prometían mundos de fantasías, de amor y felicidad. Y ella no lo amó, no como él quería. Porque si ella lo hubiera amado, no lo habría dejado jamás. Y él mató al mundo en su mente, y le prometió que no lo iba a salvar. Y se juró no amar de nuevo, y brindó por la oscuridad. Y dolió, dolió como nunca. Pero amó, mierda que amó aún cuando ella no lo supo valorar.
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