Cuando se cae el cielo
y se termina el vuelo,
y toca aterrizar,
y terminás más abajo del suelo
o de duelo
naufragando en el mar...
Cuando se corta el hilo rojo
del paracaídas
y se desbordan
los puntos suspensivos
del salvavidas...
Cuando no hay un dios croto
para lo roto
de tu vida descosida,
y sos vos
quien te debe salvar...
Cuando el exceso
del peso del cuore
y la sobrecarga de los dolores
te hunden de mares en peores
y no hay tierra donde arribar...
Cuando las aguas
están turbias y demasiado,
y no ves dónde
ni cuánto estás amarrado,
cuando el puerto
ya está cerrado
y el timón no quiere girar...
Cuando estás
en lo más hondo
del abismo,
cuando ya
tocaste el fondo
de vos mismo...
Entonces
es hora de soltar.
Desprenderse
de lo que pesa,
vaciar el cuore
y la cabeza,
y podarse las malezas
para poderse aligerar.
Y hay que doler
hasta perder la cuenta,
y hay que llover
y hay que ser tormenta,
y derretirse
en agonía lenta
para volver
a resucitar,
y evaporar
lo que deba irse,
y revestirse
y solidificar.
Y hay que doler,
hay que llorar,
hay que curtirse
y procesar.
Pero hay que doler,
es necesario,
tachar días del calendario
y dejar al tiempo actuar...
Y hay que abrazarlo
al dolor del alma,
y despedirlo
con amor y calma,
y darle palmas en la espalda
y decirle que hay que marchar.
Y agradecerle
un millón de veces,
que lo que no te mata
te fortalece,
que todo es lección
para el que siempre crece,
y que pasa
lo que debe pasar.
Que todas las aves
antes fueron peces
hasta que supieron
evolucionar.
Y por eso
hay que naufragar primero,
y aprender
a moverse en el mar.
¿Que para qué,
dolor compañero?
Para poder
volver
a volar.
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