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jueves, 10 de octubre de 2024

Moscas en la casa

Ella llegaba, encendía un sahumerio y se ponía a espantar las moscas. Era cómico verla echándolas, diciéndoles que se vayan, como si fueran perros, persiguiéndolas con el trapo en la mano. Las moscas revoloteaban en mi habitación como los murciélagos en la cueva de un vampiro. Quizás ellas sabían que yo estaba muerto en vida, y eso las atraía. Tal vez el olor a la mierda del mundo que cargo en mis hombros las seducía. Pero ella llegaba y las espantaba. Y mis hombros se alivianaban, y mi falsa muerte se convertía en pura vida, y entonces, las moscas se iban. Ella me hacía sentir tan vivo como la luz hace sentir a las polillas. Adrenalina, serotonina, oxitocina, dopamina. Éxtasis, frenesí, amor, nirvana. Ella llegaba, encendía un sahumerio, y su luz interna espantaba mis demonios, mis fantasmas, mis sombras. Ella llegaba y encendía un sahumerio. Recuerdo esos momentos con ternura, los atesoro en lo más profundo de mi podrido corazón. Lo cierto es que, desde que ella se fue, nada huele bien por acá. Y tuve que volver a poner cortinas, porque las moscas no dejaban de recordarme que sin ella estoy muerto en vida.